Cada vez que nos dan clases
de amnesia, como si nunca hubieran
existido los combustibles ojos
del alma o los labios de la
pena huérfana, cada vez que nos
dan clases de amnesia y nos conminan
a borrar la ebriedad del sufrimiento,
me convenzo de que mi región no
es la farándula de otros.
En mi región hay calvarios de
ausencia, muñones de porvenir,
arrabales de duelo, pero también
candores de mosqueta, pianos que
arrancan lágrimas, cadáveres que
miran aún desde sus huertos,
nostalgias inmóviles en un pozo
de otoño, sentimientos insoportablemente
actuales, que se niegan a morir
allá en lo oscuro.
El olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las
remembranzas, y hay que tirar
rencores por la borda, y en el fondo
el olvido es un gran simulacro:
nadie sabe ni puede, aunque quiera,
olvidar,un gran simulacro repleto
de fantasmas, esos romeros que
peregrinan por el olvido, como si
fuese el camino de santiago.
El día o la noche en que el olvido
estalle, salte en pedazos o crepite,
los recuerdos atroces y de maravilla
quebrarán los barrotes de fuego,
arrastrarán por fin la verdad por
el mundo y esa verdad será que
no hay olvido.
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