Una noche de invierno
no muy lejos de aquí,
alcé la vista al cielo,
juraré todo aquello que vi.
Como un fugaz pensamiento
aquel resplandor
un inmenso estallido de luz,
llamemóslo así, el fulgor.
Y hablé con el maestro,
y hablé con el doctor,
pregunté a los marineros,
pregunté hasta al enterrador.
Pero no, nadie más lo vió,
nadie allí.
Y no, nadie lo vió,salvo yo.
El maestro montó en cólera
y agitando frente a mí una cruz
chilló: "no hubo en la escuela
criatura más malvada que tú."
El doctor me dijo:
"sigue así y pronto acabarás
enfermo de cuerpo y mente,
aislado de la humanidad."
Los viejos marineros
parecían creer en mí,
pero apenas me hube alejado
sentilos reír tras de mí.
Tan sólo el enterrador
me escuchó sin hablar,
asintió muy despacio
para, de pronto, ponerse a cavar.
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