Porque se tiene conciencia de la
inutilidad de tantas cosas,a veces
uno se sienta tranquilamente a la
sombra de un árbol en verano, y se
calla. (¿Dije tranquilamente?) Falso,
falso: uno se sienta inquieto, haciendo
extraños gestos,pisoteando las hojas
abatidas por la furia de un otoño
sombrío, destrozando con los dedos
el cartón inocente de una caja de
fósforos, mordiendo injustamente las
uñas de esos dedos,escupiendo en los
charcos invernales,golpeando con el
puño cerrado la piel rugosa de las casas,
que permanecen indiferentes al paso
de la primavera.
Una primavera urbana que asoma con timidez
los flecos de sus cabellos verdes allá
arriba,detrás del zinc oscuro de los
canalones,levemente arraigada a la materia
efímera de las tejas a punto de ser de polvo.
Eso es cierto, tan cierto como que tengo un
nombre con alas celestiales, arcangélico
nombre que a nada corresponde: Ángel
me dicen y yo me levanto disciplinado
y recto,con las alas mordidas, quiero decir:
las uñas y sonrío y me callo porque,
en último extremo,uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las palabras.
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