Aquí no se pelea por un buey
desmayado, sino por un caballo
que ve pudrir sus crines, y siente
sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente. Limpiad
el salivazo que lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón del
mundo, y detened las cárceles
de las voraces cárceles donde el
sol retrocede.
La libertad se pudre desplumada
en la lengua de quienes son sus
siervos más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las otras
que escucho detrás de esos esclavos,
esos que sólo buscan abandonar
su cárcel, su rincón, su cadena, no
la de los demás, y en cuanto lo
consiguen, descienden pluma a
pluma, enmohecen, se arrastran.
Son los encadenados por siempre
desde siempre. Ser libre es una cosa
que sólo un hombre sabe: sólo el
hombre que advierto dentro de esa
mazmorra como si yo estuviera.
Cierra las puertas, echa la aldaba,
carcelero. Ata duro a ese hombre:
no le atarás el alma. Son muchas llaves,
muchos cerrojos, injusticias: no le
atarás el alma.
Cadenas, sí: cadenas de sangre
necesita. Hierros venosos, cálidos,
sanguíneos eslabones, nudos que
no rechacen a los nudos siguientes
humanamente atados. Un hombre
aguarda dentro de un pozo sin
remedio, tenso, conmocionado, con
la oreja aplicada. Porque un pueblo
a gritado ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario