El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos
apenas,
defienden el reducto de un verano
obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa
cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría
que aquí no pasa nada, pero un silencio
súbito ilumina el
prodigio: ha pasado
un ángel que se llamaba luz, o fuego,
o vida.
Y lo perdimos para siempre.
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