Juntos despertamos, el tiempo hace
o deshace,mientras tanto
no le
importa tu
sueño ni mi sueño.
Somos torpes, o demasiado cautos.
Pensamos que no cae esa
gaviota,
creemos que es eterno este
conjuro, que la batalla es
nuestra
o de ninguno. Juntos
vivimos,
sucumbimos juntos, pero esa
destrucción es una broma,
un
detalle, una ráfaga, un vestigio
y un abrirse y cerrarse del
paraíso.
Ya nuestra intimidad es
tan
inmensa que la muerte la esconde
en su vacío. Quiero que me
relates
el duelo que te callas. Por mi parte,
te
ofrezco mi última confianza.
Estás sola,estoy
solo, pero a veces
puede la soledad ser una llama.
El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos
apenas,
defienden el reducto de un verano
obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa
cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría
que aquí no pasa nada, pero un silencio
súbito ilumina el
prodigio: ha pasado
un ángel que se llamaba luz, o fuego,
o vida.
Y lo perdimos para siempre.
Acostado a tu lado, oigo los trenes.
Cruzan mi frente sus fugaces luces
rasgando el horror tibio de esta noche.
La pausa de silencio me deja una luz roja,
una nota sobre este pentagrama de
cables y de vías oscuras y brillantes.
Acostado a tu lado, oigo cómo se alejan
con el ruido más triste. Quizá me he
equivocado no subiendo a uno de ellos.
Quizá el último acierto sea -abrazado
a ti- dejar pasar los trenes en la noche.